viernes, 14 de marzo de 2008

Niños de Maíz


No, allá en mi pueblo no hay trabajo, dicen que no.
Nomás siembran la milpa y luego se la comen.
Luego allá llega el Vicente Foz, luego regala sopa,
arroz, así dicen. Le regala de comer, le regala leche.

(Artemio Cano, 10 años)

Artemio es un niño mixteco de diez años y grandes ojos, negros como el carbón. Originario de la Montaña de Guerrero, él y su familia tuvieron que dejar, hace ya varios años, su pueblo y su hogar para sumarse a los miles de campesinos que todos los años se trasladan a los campos jornaleros del norte del país como una de las últimas alternativas para conseguir los ingresos que les permitan evitar, o aplazar aunque sea un par de años, la migración a los Estados Unidos.
Ahora Artemio y sus hermanitos viven en Oacalco con sus padres. Sus cuatro hermanos mayores se fueron ya al “otro lado” porque en su pueblo la tierra “ya no da”. “Es que en este pueblo no hay trabajo. Lo único que se da es la milpa, y mal”, me explica Baltasar, de apenas 20 años y padre de dos niños, precisamente un día antes de su partida hacia los Estados Unidos. “No alcanza ni pa’ comer”, sentencia un viejo que escucha la conversación. Miro a mi alrededor y me parece increíble que esas grandiosas montañas cubiertas de fino verdor que rodean Atzompa, enclavado en el corazón de la Sierra de Guerrero, no puedan proveer de alimento a esta pequeña comunidad.
Sucede que la deforestación desmesurada ha causado estragos en las proximidades de las comunidades, donde la pérdida de suelos es casi irreversible. Los terrenos son pedregosos, sumamente inclinados y sus nutrientes se agotan al cabo de un par de cosechas. La tierra, efectivamente, ya no aguanta, y el hambre tampoco. Las familias se ven obligadas a migrar porque los subsidios para el campo son acaparados en la cabecera municipal o repartidos a conveniencia.
“Es que nunca lo he visto a mi pueblo, tampoco ya no sé cómo es, pero todo de allá me gusta. También las montañas. ¡Se ven bonitas y todas están bien verdes! Allá siembran puras milpas de maíz. Sí quiero ir allá tantito. Es que yo cuando era chiquita me vine acá a Oacalco”, me explica Valentina, niña mixteca, de diez años de edad.
Es sorprendente ver cómo los niños mixtecos que ahora viven con sus familias en Oacalco, Morelos, y trabajan como jornaleros en la cosecha de la fresa y el pepino, no dejan de mencionar el maíz y la milpa al evocar sus pueblos de origen, pero ya no como una alternativa de supervivencia, sino como una característica de la pobreza que aqueja a sus comunidades: “nomás siembran la milpa”, “allá pura milpa”.
“Allá hacen tortillas muy grandes y no hay trabajo. Siembran maíz y alimentan a las vacas. Y es que allá hace mucho frío y como la milpa necesita tantito calor, se pierde. Cuando viene el aire se tumban todas, se caen y se secan ahí mismo. Y los señores ya van recogiendo todo lo que alcancen que está tirado, van viendo mazorca por mazorca para ver si tiene tan siquiera un maíz. Llenan nomás un costal de toda la cosecha porque no alcanza, no dura que se llene un carro. Por eso no hay trabajo allá, y cien pesos ya es mucho, ¡cien pesos es como trescientos allá en mi pueblo!”. Son las palabras de Epifanio, de entonces once años de edad, para describirme su comunidad.
Una característica fundamental de la transformación que sufre la vida de estas familias indígenas al dejar sus comunidades en la Sierra de Guerrero, es la sustitución del maíz nixtamalizado por la harina de máiz o maseca. Doña Amalia, madre de Epifanio y sus tres hermanos me explica: “es que allá es más difícil. Allá cargan leña. Aquí se puede comprar gas para hacer comida, no tenemos que ir por leña. Y aquí está bien, si tienes poco dinero aquí puedes comprar tortilla y ya hacemos comida y aquí compramos maseca. Pero allá no, allá puro nixtamal, ya se acostumbraron puro tortilla de maíz, ellos hacen eso. Pero lo malo es que los niños de acá ya no saben cómo se pone el nixtamal, porque ahora nosotros no hacemos eso, por eso mis hijos no aprenden. Aquí trabajamos en otro trabajo, ya tenemos dinero y ya voy a comprar la tortilla, es más fácil. Acá los niños no cargan leña”.
Para muchas de estas familias el hecho de poder sustituir el maíz por la maseca es un indicador de bienestar. De hecho, muchas lo miden según los bultos de harina que alcanzan a comprar con lo que ganan trabajando como jornaleros, o con lo que les envían quienes se encuentran en Estados Unidos trabajando. Pero esto, lejos de ser algo positivo, lo único que nos revela es que las familias han perdido la capacidad de producir maíz para la auto-subsistencia, lo cual además de alejarlas de su pasado campesino, las ata a un ciclo de hambre y dependencia.
Efectivamente los hijos de muchas familias jornaleras, que han nacido y crecido en el contexto de la migración, están perdiendo o han perdido ya el vínculo con la tierra que antes tenían sus padres y sus abuelos, y con ello las costumbres y los conocimientos característicos de la vida campesina. Las palabras de Florentina, de doce años, lo ejemplifican bien: “Aquí yo tengo que hacer tortilla. ¡Pero no como mi hermana allá en mi pueblo!, nomás con la máquina. Allá todas las niñas que están en mi pueblo sí saben hacer la tortilla con su mano y yo no porque yo no crecí allá”.
Estos niños, migrantes desde pequeños, han tenido que adaptarse a una vida y unas condiciones muy distintas a las que tuvieron sus padres durante su infancia en las comunidades indígenas. La gran mayoría no aprenderá ya los ciclos agrícolas, ni qué tipo de maíz debe sembrarse en qué suelo en cuál momento. Tampoco aprenderán cuando debe esperarse la lluvia ni cuando habrá de levantarse la cosecha, porque han tenido que dejar su tierra a causa de la mala producción, la marginación y la pobreza. Desafortunadamente, para muchos la única perspectiva de vida ue queda es seguir migrando, cada vez más lejos.

Lo que yo extraño son mis abuelos y mi tierra, allá donde vivimos pues.
Allá caminamos como una media hora y llegamos hasta allá y visitamos
nuestro tierra, allá hay nuestro milpa. Lo cuidan mis abuelos cuando no estamos.

(Ricardo, 11 años)
* Publicado en: Matria, suplemento mensual de La Jornada de Oriente http://www.lajornadadeoriente.com.mx/suplementos/matria.php

1 comentario:

Centro para el Desarrollo de la Inteligencias Múltiples dijo...

Valentina:

Un saludo fraterno dado tu trabajo.
Me interesa establecer contacto contigo.
Por favor visita nuestra bitácora, te llevarás una grata sorpresa.

www.colectivoafavordelainfancia.blogspot.com

Luis Fernando Paredes Porras

las1001voces@gmail.com